En días como hoy previos a tanta emoción, les quiero hablar de mi padre. Uno de los espejos de mi vida, junto a mi madre. Nació hace 71 años en Frailes, un pequeño pueblo de Jaén. Fue hijo único y perdió muy joven a su progenitor, por lo que tuvo que emplearse a fondo para ayudar a mi abuela y buscarse un porvenir en aquellos difíciles años. Eso le privó de desarrollar afición por algún deporte salvo por el tenis, una de sus mayores pasiones junto al cine.

Aún así, intentó inculcarme esa pasión tenística y lo consiguió. Pude incluso destacar a edades tan tempranas pero el ritmo competitivo me superó y su extrema bondad me permitió cambiar la raqueta por el balón de fútbol en la adolescencia. No fue él sino mi tío Antonio el que me enseñó un mundo nuevo cuando me llevó al viejo Los Cármenes en 1989. Allí abrí los ojos y me convertí en un futbolero empedernido. Llegué a ser incluso socio del Sevilla una temporada (1993) por obra y gracia del íntimo amigo de mi padre (Luis) que vivía allí y a donde me llevaba en verano para jugar con sus hijos de mi edad (Luis y Juan). El Granada, por entonces, seguía en la uvi. Acudía en solitario cuando podía pero el murcianazo, el descenso por impagos y el pocholazo hicieron añicos las ilusiones de los jóvenes de mi época.

Mi padre respetaba lógicamente mis aficiones a cualquier deporte pero jamás veía un partido de fútbol, solo los importantes de la selección si acaso. En 2005 comencé a trabajar y decidí sacarme el abono del Granada en Tercera con mis mejores amigos y gracias a mi primera nómina. Ascendimos. Y se me ocurrió decirle a mi padre de vez en cuando que me acompañase. Le costó. Pero llegó Fabri y desterramos tantos años de infortunios y miserias en Alcorcón. Sus ojos comenzaron a brillar. Tuvimos la suerte de abandonar el barro para volver a la élite en dos maravillosas temporadas. Y eso le marcó. La ilusión hizo el resto. Le picó tanto el gusanillo que comenzó a interesarse por todo lo que rodeaba al equipo y al club.

Hoy en día es incapaz de perderse un partido del Granada por la televisión, cuya comodidad prefiere a la presencialidad salvo ocasiones puntuales. Incluso organiza muchos viajes o fines de semana con mi madre en función del horario establecido por La Liga para ver a su Graná. Como imaginaréis, mi orgullo y satisfacción es inmensa. Tras cada partido me cuenta sus sensaciones y aún no me hago a la idea. Mi padre hablando de fútbol! El año pasado se me ocurrió llevármelo a la “fiesta” con el Español. Y encima su jugador preferido desde que llegó es Jorge Molina. Imaginad el mal rato. Llega un momento en la vida que sufres más por el bienestar de tus hijos y padres que por ti mismo. Ahí lo comprobé.

En días como hoy pienso en él y en todo el granadinismo. En cuándo y por qué nos picó este bendito veneno. Y en la alegría que podría generarnos a todos volver a la élite. El Granada lleva sin ser campeón de Segunda División 55 años. Lo consiguió en la temporada 1967/1968. Tampoco ha sido capaz de ascender nunca a Primera División en su estadio, ni en Los Cármenes antiguos ni en los nuevos. Granada nunca ha podido tener fútbol y baloncesto a la vez en la élite. Vencer mañana significaría acabar con todo de un plumazo. Reescribir la historia del club y de la ciudad. Acabar con maldiciones sin sentido. Numerosas generaciones de granadinos y granadinistas se marcharon de este mundo sin verlo. Ojalá lo consigamos por todos. Pero especialmente por ellos.

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